Aunque lleva años cultivando calabazas, nunca habían pesado más de 50 kilos. Ahora tiene previsto trasladar el ejemplar hasta el bar de la casa de cultura, para que todo el que quiera pueda acercarse y verla de cerca.

Cuando pase un tiempo, la troceará, sacará las semillas y las repartirá entre sus amigos, para que no se pierda el legado de su abuelo.

Álvarez ha contado en todo momento con la ayuda de José, su vecino de huerto, también volcado en el mimo de tamaño ejemplar. “Si yo no podía venir, él se encargaba de regarla y de echarle abono”, señaló.